sábado, 9 de diciembre de 2006

El muro de las compañías aéreas

Hay muros con los que el ciudadano común sabe que se va a estrellar una y otra vez a lo largo de su vida.
Entre los clásicos, básicamente, queda en pie el de la ‘burrocracia’ administrativa del ‘vuelva usted mañana’, firme pese a todas las promesas incumplidas de agilización de gestiones mediante Internet. Afortunadamente, otro de los de toda la vida ya ha caído y, hoy, la resignación del ‘con la Iglesia hemos topado’ es algo del ayer.
Entre los muros modernos, uno de los más elevados e irritantes, quizá porque no tenemos aún asumido que deba de ser así, es el de las compañías aéreas.
La única protección que un ciudadano tiene ante las aerolíneas es la de aquella Providencia o Fortuna que, graciosamente, quiera otorgarle el privilegio de no tener ningún problema con alguna de ellas, misión por otra parte imposible si se vuela con relativa asiduidad.
Retrasos, ‘overbooking’, pérdida de equipajes o, directamente, ineptitud, demasiadas redes para no quedar en alguna ocasión atrapado.
Que si existen hojas de reclamaciones, dirán algunos en su descarga, que si te puedes pasar media vida intentando comunicar -a través de un 902- con sus departamentos de atención al cliente, dirán otros, que si siempre nos queda el recurso de acudir a denunciar a una asociación de consumidores; al final, muro, infranqueable, indestructible, exasperante.
No voy aquí a relatar mi larga experiencia de encuentros y desencuentros con estos nuevos dioses, sólo mencionaré de paso el atraco a mano armada del que fui víctima por parte del personal de Iberia en el aeropuerto de Viena (con trato vejatorio incluido) y el último episodio vivido, esta vez en segunda persona y con Air Europa.
La compañía radicada en Palma de Mallorca no permitió viajar el día 12 de noviembre a cinco personas eslovacas en un vuelo con destino a Praga porque la persona responsable del embarque desconocía que cualquier ciudadano de la Unión Europea tiene derecho a moverse libremente dentro de la Comunidad sin dar demasiadas explicaciones. No era descabellado pensar entonces, ni lo es ahora, que aquella empleada ni sabía que Eslovaquia era miembro de los 25, ni quizá que existía como país.
Con sus billetes y su documentación en regla, a estas víctimas se les dijo que si no llevaban otro billete que demostrara que, tras el aterrizaje en Praga, iban a salir inmediatamente del país, no podían permitir que subieran al avión porque las autoridades checas así lo ordenaban.
Tamaña barbaridad, a las 7 de la mañana, fue Palabra de Dios y por obra y gracia de esta encargada de embarque, cinco personas, que no tuvieron derecho a réplica en ningún momento, se quedaron en tierra.
Una vez que abrió el mostrador de reclamaciones de la compañía, el error de la empleada fue inmediatamente reconocido y la compañía se brindó a ofrecer a los afectados un nuevo vuelo, ¡dos días después! Para más INRI, y tan sólo en un primer momento, trataron de que la diferencia en el precio de los billetes corriera a cargo de las víctimas de su torpeza.
Tras efectuar la pertinente queja, se les dijo que en cuestión de dos semanas recibirían una respuesta. Un mes de silencio después, la reclamación se repitió vía e-mail. Ayer, casi tres meses más tarde, hubo noticias: una amable carta de disculpa en la que sin reconocer abiertamente su error se ofrece una compensación de 50 euros en forma de cheque descuento para la compra de un próximo billete de Air Europa y con una caducidad de tres meses. De risa.
Concluiré con una pregunta trampa: ¿qué es más posible, que el ‘Discovery’ despegue desde Cabo Cañaveral cuando la NASA lo tiene previsto o que un vuelo de Air Madrid salga sin retraso?
  • Si somos unos luchadores incansables, podemos probar aquí
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