martes, 31 de julio de 2007

Vargas Llosa y la justicia lectora

Conforme voy cogiendo confianza, expongo con más facilidad algunas de mis intimidades, incluso a riesgo de incurrir en lo soez, que es un término que he visto escrito y que he oído muchas veces en la última semana.
Un amigo músico italiano me contaba que se llevaba su guitarra al cuarto de baño para aprovechar los tiempos muertos. Yo, como lector empedernido y no sobrado de minutos precisamente, hago lo propio con las lecturas que tengo entre manos.
En la mayoría de las ocasiones me ha sabido mal estar leyendo un buen artículo o un gran libro en tales condiciones -ruego se ahorren el mal trago de imaginarme con los pantalones bajados hasta los tobillos y pasando páginas, sobre todo a los más allegados de entre mis escasos lectores-. Sin embargo, otras veces he pensado que no había lugar más adecuado para leer las líneas de turno que la sala del trono en la que me encontraba.
El último caso de justicia lectora se ha dado con el artículo de opinión que Mario Vargas Llosa firmaba este domingo en El País y que titulaba 'Intimidad de los Príncipes'.
No es el peruano un autor al que le tenga especial devoción pero, al menos, en sus artículos uno espera encontrar, si quiera, una idea interesante o un argumento bien hilado. No es el caso. Su texto, sobre el ya manido tema del secuestro de El Jueves, no es más que una sucesión de obviedades, de repeticiones y de manifiesta ignorancia por parte del eterno aspirante al Nobel.
Califica a la publicación satírica como "una revista de reducida difusión", se refiere al dibujante de la viñeta de la discordia como "el desconocido caricaturista", supone que la rápida difusión de la polémica portada por la Red tras su secuestro se produjo "para satisfacer la morbosa hambruna de escándalo de la humanidad contemporánea" y no como reacción a una decisión judicial no compartida por muchos, se hace eco de las absurdas noticias -éstas, sí, morbosas- que daban por hecho que "en el mercado negro" el número de marras de El Jueves se llegó a pagar a 2.500 euros, etc, etc...
Su artículo acaba, como no podía ser de otra forma, loando el papel de la Monarquía española y haciendo una pueril diferenciación entre libertad de expresión bien entendida y mal entendida.
Si estas muchas líneas a las que me estoy refiriendo hubieran sido firmadas por un becario cualquiera el editor de turno no habría pasado de la lectura del primer párrafo antes de devolverle, compasiva o airadamente, el texto a su autor. Sin embargo, digo yo que no será fácil rechazar o poner peros a lo que presenta un autor de prestigio.
Leyendo este trabajo semanal del señor Llosa yo, modestamente, apelaría a la retirada honrosa del guerrero ante una batalla en la que éste sabe que conserva más honor que fuerza. Apelaría a que uno admita que no se le ha ocurrido nada de lo que hablar y cumpla la papeleta disertando sobre el conocido síndrome de la hoja en blanco, por ejemplo. Apelaría a que un articulista tuviera la honradez de admitir su comprensible humanidad, su necesidad -de cuando en cuando- de una viagra cerebral; todo, antes de pretender seguir sentando cátedra desde un inmerecido pedestal.
Pareciera como si esta semana don Mario hubiera estado de vacaciones y le hubiera pasado el marrón de la tarea semanal en El País al 'negro' que le pillaba más a mano; o quizá fuera el posible 'negro' habitual del autor el que se haya tomado unos merecidos días de descanso y le haya tocado trabajar al hombre que quiso ser en una ocasión presidente de Perú.
Un día encontré a Vargas Llosa, con toda su madura apostura, sentado a mi lado en una sala de los madrileños cines Alphaville (hoy Golem). Estaba bellamente acompañado y tenía una sonrisa encantadora.