jueves, 13 de septiembre de 2007

Bush, un presidente llorón

El trabajo, la familia y la maldita necesidad de dormir unas 6 horas al día hacen que a estas alturas de semana uno esté, entre otras cosas, leyendo aún artículos del periódico del pasado domingo en páginas arrancadas que, a veces, se apilan esperando un turno que jamás les llegará.
En uno de esos montones de letras pendientes de ingerir me he encontrado con la noticia de que un periodista estadounidense ha publicado un libro sobre George Bush (Dead Certain: The Presidency of George W. Bush) después de haberse entrevistado durante cinco horas con el presidente de EEUU y de haber hablado sobre él con sus principales colaboradores (Cheney, Rice, Rove, Rumsfeld...).
"Bush: 'Lloro mucho en mi trabajo'", titulaban en El País la nota sobre la publicación y en ella destacaban que el presidente confesó -con los pies sobre la mesa- al autor del libro, Robert Draper, que llora en la intimidad mucho, muchísimo, y que lo que más miedo le da es tener que avergonzarse de sus decisiones algún día.
Para alguien como yo, que me despierto con una mala conciencia inaguantable si la noche anterior me fui a la cama sin haber fregado todos los platos de la cena es fácil comprender -aunque no acabo de creérmelo- la necesidad que dice tener Bush de llorar por todo lo que hace y lo que deja de hacer a lo largo de una sola jornada. Sin embargo, no entiendo el porqué aún no se ha avergonzado de algunas de sus decisiones. Supongo que el Pepito Grillo de los presidentes está hecho de una pasta distinta al del resto de los mortales.
También se dice en el artículo que en el libro se expone que el mandatario norteamericano "no gastó mucho tiempo" en decidir la invasión de Irak y que, cuando finalice su tiempo como presidente, se quiere dedicar a hacer dinero, además de a crear un Instituto para la Libertad con el fin de "enseñar democracia a los jóvenes líderes de otros países" (¿Quién sabe?, lo mismo coincidirá con Aznar en Monterrey dando clases magistrales sobre este asunto)
Al parecer, Bush no dejaba que un periodista se acercara tanto al hombre, no al político, desde que era candidato a la Presidencia.
Pero a estas alturas, que el casi ex presidente -aún le queda un año de mandato- del país más poderoso del mundo decida mostrar su lado más personal sirve para poco más que para concluir que si, tal y como dice, lee unos 87 libros al año, éstos no pueden ser más que de Corín Tellado.
A nadie le importa, más que como mera curiosidad, la faceta humana de alguien a quien perseguirán los muertos de Irak (más que los del 11-S) hasta el fin de sus días y que ni aún llorando sin parar todos los minutos que le resten en este mundo su llanto se podrá aproximar en volumen al compuesto por las lágrimas vertidas por quienes han padecido sus decisiones durante el tiempo en el que ha sido inquilino de la Casa Blanca.
Este presidente de los Estados Unidos de América no será recordado por su afición al ciclismo, ni tan sólo por sus borracheras de juventud.