martes, 19 de diciembre de 2006

Cúpula versus bases

Recuerdo que cuando la filosofía me revolucionó las neuronas y la edad, las hormonas, la Iglesia no me supo retener.
Hacía bastante tiempo que deambulaba por el mundo con mi Dios de bolsillo, como solía criticar el joven cura de mi parroquia, pero el desencuentro sólo resultó insalvable cuando a mi necesidad de diálogo y de debate -no con Dios, sino con sus servidores- se me respondió con la amenaza del Fuego Eterno.
Llegué con pedigrí de Iglesia y un máster en Sagradas Escrituras a mis 14, 15, 16 años, cuando no es fácil que uno pueda hablar con sus amigos de cómo arreglar el mundo, y en el entorno parroquial, en un principio, encontré el foro propicio en el que escuchar y expresar mis inquietudes sociales.
Sin embargo, mientras que las monjas del colegio religioso del barrio y los laicos de los grupos catecumenales de Confirmación eran personas abiertas, el párroco se destapó como el muro infranqueable, inflexible y dogmático de la Iglesia contra el que uno tras otro de los jóvenes que por allí nos acercábamos nos fuimos estrellando.
Todo esto lo saco a colación por el reportaje ‘Los otros curas’, que este fin de semana ha publicado El País Semanal. En él, se muestra el desencuentro entre la cúpula eclesial y ciertas bases y se leen pasajes tan interesantes como los siguientes:
“Según un estudio del año 2005 de la Fundación Santa María, en la última década los jóvenes que se definen como católicos han descendido del 77% al 49%. Y la última encuesta del BBVA concluye que el colectivo en que menos confía la juventud es el religioso. De lo que se deduce que si la Iglesia fuera una empresa, los cardenales Rouco y Cañizares estarían en la calle, porque su cuenta de resultados es nefasta. Hay menos ordenaciones, menos gente en misa y ha bajado nuestro prestigio entre los jóvenes...”