jueves, 27 de diciembre de 2007

Miedo austriaco, descontento ucranio

Nunca llueve a gusto de todos y la reciente ampliación del espacio de libre circulación de Schengen no ha gustado nada a Austria, país que acaba de perder todas sus fronteras.
La nación que hasta ahora había sido uno de los principales cancerberos, junto con Alemania, de la Unión Europea parece sentirse desnuda teniendo que dejar el control de quien entra y quien no entra en su territorio en manos de otros.
El 60% de los ciudadanos austriacos, que han dicho adiós a sus controles con las Repúblicas Checa y Eslovaca y con Hungría, rechazan la ampliación del espacio de Shengen, mientras que el 75% de ellos creen que tras esta apertura crecerá la delincuencia en el país.
Tanto es así que el pequeño pueblo de Deutschkreuz, fronterizo con Hungría, ha contratado a una empresa de seguridad privada al ver que sus guardias de fronteras se han tenido que marchar.
Las máximas autoridades austriacas no comparten en absoluto, al menos públicamente, el miedo que, según las encuestas, parecen tener sus ciudadanos.
Por su parte, analistas austriacos culpan de todo este miedo, que consideran será transitorio, a los políticos regionales y a sus discursos populistas.
Aseguran que Austria seguirá siendo, como hasta ahora, uno de los países más seguros de Europa.
Por muy distintas razones, otro lugar donde la ampliación de Schengen no ha caído demasiado bien es en Ucrania y en las localidades polacas y eslovacas limítrofes con la ex república soviética, uno de los países con más kilómetros de frontera con el nuevo límite de la zona de libre circulación europea.
Allí las medidas de seguridad se han triplicado y en muchos lugares se han creado áreas de seguridad, zonas de nadie, por donde antes se podía cruzar (con visado) de uno a otro país y que ahora han quedado incomunicadas al haber sido trasladados, en ocasiones durante kilómetros, los pasos.
Millones de euros ha invertido Bruselas en dotar con los más modernos equipos de seguridad sus nuevos límites. Nada más que en los 97 kilómetros de frontera que tiene Eslovaquia con Ucrania, han sido gastados 50 millones de euros y desde 2004 hay el triple de guardias en la zona.
Esta nueva frontera de la UE es muy material, con alambrada de espinos incluida. A un lado de la valla gente de diferentes nacionalidades esperando su oportunidad para cruzar; a otro, guardias, perros policías, tecnología e, incluso, centros de internamiento de inmigrantes ilegales demasiado parecidos a prisiones.
En cualquier caso, la tarea de control absoluto es difícil. Primero porque no es sencillo vigilar un terreno a menudo muy montañoso, segundo porque las redes de contrabando de productos están muy afianzadas en la zona, dado las diferencias de precios existentes entre Ucrania –donde están tirados- y Polonia o Eslovaquia y éstas mismas trafican también con personas que quieren entrar en la UE; tercero porque, por mucho que nos empeñemos, no es posible ponerle barreras a la desesperación.

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