lunes, 8 de octubre de 2007

¡Felicidades gratiferos!

Los grafiteros de Madrid están de enhorabuena. Gracias al llamado plan de limpieza general de los barrios puesto en marcha por el alcalde Gallardón y por su responsable de Medio Ambiente, Ana Botella, van a tener cientos y cientos de metros cuadrados de nuevos lienzos en los que expandirse a sus anchas.
La cosa ha empezado por Malasaña, mi barrio, que está tomado literalmente por operarios amarillos armados con fumigadores, en guerra contra las pintadas de las paredes.
Al parecer, dos veces al año y durante una semana, 92 trabajadores y 60 máquinas lucharán en cada barrio madrileño contra la porquería acumulada en las calles y plazas.
Uno de los resultados de esta campaña, según Gallardón y Botella, será el de tener las calles sin resto alguno de graffitis. Sigue el primer edil muy preocupado por la estética de la ciudad. Según yo, el resultado será que artistas y maleantes dispondrán de nuevos espacios para pintar a cargo del erario público.
El propósito del alcalde y de la ex primera dama es difícil. No apostaría por que antes de acabar de dejar limpia una calle no la hayan empezado a ensuciar por el extremo contrario y, aún consiguiendo su objetivo, ¿cuánto tiempo creen que las fachadas, cierres comerciales y demás permanecerán inmaculados? Eso no se nos ha dicho y dudo, incluso, que se lo hayan planteado.
Lo que sí que ha anunciado el alcalde de Madrid es el endurecimiento de las sanciones por hacer garabatos. Yo ni siquiera creo en que los policías se apliquen a conciencia en vigilar el asunto, como no se dedican a multar a quienes no recogen las mierdas de sus perros de las calles.
A estas alturas de la película, ¿alguien cree en los resultados de medidas únicamente coercitivas?
Lo único seguro en todo esto es que las arcas municipales sí que quedarán más limpias de lo que estaban antes del inicio de esta campaña y que permanecerán así hasta que seamos los ciudadanos los que las rellenemos a golpe de impuestos.

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